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La devastación de la naturaleza / Anton Pannekoek, 2019Fuente: Zeitungskorrespondenz, No. 75, 10 de julio de 1909; fuente de la traducción al francés: El radical libre , sábado, 20 de julio de 2019. Muchos escritos científicos se quejan efusivamente de la creciente destrucción de los bosques. Pero no es solamente el goce que todo amante de la naturaleza siente por el bosque lo que debe tenerse en cuenta. También hay implicados importantes intereses materiales, incluso intereses vitales para la humanidad. Con la desaparición de los abundantes bosques, países conocidos en la antigüedad por su fertilidad, densamente poblados, verdaderos graneros para las grandes ciudades, se han transformado en desiertos pedregosos. La lluvia rara vez cae allí, pero cuando lo hace, es en forma de fuertes y devastadoras lluvias que arrastran las finas capas de humus que, por el contrario, debería fertilizar. Allí donde los bosques de montaña han sido destruidos, los torrentes alimentados por las lluvias de verano arrastran enormes masas de piedra y arena, que devastan los valles alpinos, deforestan y destruyen poblados de inocentes habitantes, „debido a que el beneficio personal y la ignorancia han destruido el bosque en los valles altos y en las cabeceras de los ríos“. „Interés personal e ignorancia“: los autores, que describen elocuentemente este desastre, no atienden sin embargo a sus causas. Probablemente, creen que poner énfasis en las consecuencias sea suficiente para reemplazar la ignorancia por una mejor comprensión y anular los efectos. No lo ven como un fenómeno parcial, uno de los muchos efectos similares que el capitalismo, este modo de producción que constituye la más alta etapa de la búsqueda de ganancias, tiene sobre la naturaleza. ¿Cómo ha devenido Francia en un país pobre en bosques, al punto de importar cada año cientos de millones de francos de madera y gastar mucho más para mitigar, mediante la reforestación, las desastrosas consecuencias de la deforestación de los Alpes? Bajo el Antiguo Régimen, había muchos bosques de propiedad estatal. Pero la burguesía, que tomó las riendas de la Revolución Francesa, vio en estos bosques solo un instrumento de enriquecimiento privado. Los especuladores han arrasado tres millones de hectáreas para convertir la madera en oro. El futuro era la menor de sus preocupaciones, solo la ganancia inmediata contaba. Para el capitalismo, todos los recursos naturales no son más que oro. Cuanto más rápido los explota, más rápido fluye este. La existencia de un sector de economía privada tiene el efecto de que cada individuo intenta obtener el mayor beneficio posible sin siquiera pensar por un momento en el interés general, el interés de la humanidad. Como consecuencia, cada animal salvaje que presente un valor monetario y cada planta silvestre que dé lugar a ganancias es inmediatamente objeto de una carrera de exterminio. Los elefantes africanos casi han desaparecido, víctimas de la caza sistemática por su marfil. La situación es similar para los árboles de caucho, que son víctimas de una economía depredadora en la que todo el mundo se dedica solo a destruirlos, sin plantar otros nuevos. En Siberia, se informa que los animales considerados de peletería son cada vez más raros debido a su caza intensiva y que las especies más valiosas podrían pronto desaparecer. En Canadá, los vastos bosques vírgenes están siendo reducidos a cenizas, no solo por los colonos que quieren cultivar el suelo, sino también por los „prospectores“ en búsqueda de depósitos de mineral, quienes transforman las laderas montañosas en rocas desnudas para obtener una mejor visión general del terreno. En Nueva Guinea, fue organizada una masacre de aves del paraíso para satisfacer los deseos de ostentación de una multimillonaria estadounidense. Las locuras de la moda, típicas del capitalismo que despilfarra plusvalor, ya han causado el exterminio de especies raras; las aves marinas en la costa este de los Estados Unidos debieron su supervivencia solo a la estricta intervención del Estado. Tales ejemplos podrían multiplicarse hasta el infinito. ¿Pero no están las plantas y los animales para que los humanos los utilicen para sus propios fines? Aquí, dejamos completamente de lado la cuestión de la conservación de la naturaleza tal como sería sin la intervención humana. Sabemos que los humanos son los amos de la Tierra y que transforman completamente la naturaleza para sus necesidades. Para vivir, dependemos completamente de las fuerzas de la naturaleza y de los recursos naturales, tenemos que usarlos y consumirlos. No es de esto de lo que hablamos, sino de la forma en que los utiliza el capitalismo. Un orden social razonable tendrá que usar los tesoros de la naturaleza a su disposición de tal manera que lo que se consume sea reemplazado al mismo tiempo, para que la sociedad no se empobrezca a sí misma y pueda enriquecerse. Una economía cerrada que consume una parte de las plántulas de cereales se está empobreciendo cada vez más e, inevitablemente, debe quebrar. Pero esta es la forma en que el capitalismo opera. Esta es una economía que no piensa en el futuro, sino que solo vive en la inmediatez. En el orden económico actual, la naturaleza no está al servicio de la humanidad, sino del capital. No son la ropa, los alimentos ni las necesidades culturales de la humanidad, sino el apetito del capital por la ganancia, por el oro, lo que gobierna la producción. Los recursos naturales son explotados tal como si las reservas fueran infinitas e inagotables. Con las dañinas consecuencias de la deforestación para la agricultura y la destrucción de animales y plantas útiles, se hacen evidentes el carácter finito de las reservas disponibles y la quiebra de este tipo de economía. Roosevelt reconoce esta bancarrota cuando quiere convocar una conferencia internacional para evaluar la situación de los recursos naturales aún disponibles y tomar medidas para evitar su despilfarro. Por supuesto, este plan es en sí mismo un camelo. El Estado puede hacer mucho para prevenir el despiadado exterminio de las especies raras. Pero el Estado capitalista no es más que un triste representante del bien común (Allgemeinheit der Menschen). Debe someterse a los intereses esenciales del capital. El capitalismo es una economía „descerebrada“ que no puede regular sus acciones por la conciencia de sus efectos. Pero su carácter devastador no se deriva de este solo hecho. En pasados siglos, los seres humanos han explotado de manera insensata la naturaleza sin pensar en el futuro de la humanidad en su conjunto. Pero su poder era limitado. La naturaleza era tan vasta y poderosa que con sus limitados medios técnicos solo podían infligir daños excepcionales. El capitalismo, por otro lado, ha reemplazado las necesidades locales con necesidades globales, y ha creado medios técnicos para explotar la naturaleza. De esta manera, son ahora enormes masas de materia las que están sujetas a colosales medios de destrucción y son desplazadas por poderosos medios de transporte. La sociedad bajo el capitalismo puede ser comparada con la fuerza gigantesca de un cuerpo sin razón. A medida que el capitalismo desarrolla su poder ilimitado, devasta sin sentido alguno cada vez más el ambiente del que vive. Sólo el socialismo, que puede dotar a este cuerpo de conciencia y acción reflexiva, reemplazará al mismo tiempo la devastación de la naturaleza por una economía razonable. Compiled by Vico, 19 September 2019 |
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